A tan solo días de que Andrés Manuel López Obrador culmine su sexenio, su legado ya comienza a esculpirse en la historia. Pero en este relato de epopeyas y glorias presidenciales, es inevitable hablar de aquellos leales servidores que, cual vasallos medievales, han ofrecido hasta su propia capacidad para mantener intacta la imagen de su amo.
En el centro de este escenario aparece Claudia Sheinbaum, presidenta electa y figura que encarna la continuación de la llamada cuarta transformación.
Si bien Sheinbaum representa la "nueva era" del lopezobradorismo, la realidad que enfrenta es un cúmulo de desafíos que requieren más que lealtad ciega.
Mientras AMLO se despide con una economía maltrecha y una deuda global que ha alcanzado un récord de 315 billones de dólares, Sheinbaum hereda un país con fideicomisos desfalcados y 84% menos recursos que los que López Obrador tuvo en 2018.
¿Pero quién necesita estabilidad financiera si un pueblo bueno y sabio es feliz pese a la alza de la canasta básica?
La lealtad, ese gran pilar que ha sostenido el proyecto de la Cuarta Transformación, permite que el vasallo sacrificado ofrezca su propia capacidad de gestión con tal de que su amo quede bien,
Al fin y al cabo, ¿qué importa si el barco está medio hundido, mientras la tripulación sigue alabando la destreza del capitán que ya está en el muelle?
Con capitales huyendo y la inversión extranjera directa clamando por un giro de timón, Sheinbaum asume las riendas de un país donde el control político sigue primando sobre el económico.
Las reformas constitucionales de López Obrador no solo alteraron los cimientos económicos, sino que también provocaron la fuga de capitales por más de 350 mil millones de pesos en apenas cinco años.
Sin embargo, Sheinbaum tendrá que aceptar esta herencia y seguir buscando la manera de mantener intacta la narrativa de "progreso" y "transformación". Porque, al fin y al cabo, ¿qué clase de subordinado sería aquel que no defendiera la obra de su amo hasta el último suspiro?
Los especialistas sugieren que el nuevo gobierno debería adoptar una política más agresiva para atraer inversión extranjera. Sin embargo, el legado de su predecesor pesa, y los márgenes de maniobra son estrechos. Al final, la historia la escriben los vencedores, o en este caso, los más fieles seguidores.
Sheinbaum, ahora como la nueva presidenta electa, deberá demostrar si puede gestionar un país con la misma devoción que mostró en su lealtad incondicional.
La lección está clara: en la política mexicana, el sacrificio personal por el bien del proyecto lo es todo, tal como lo dictan los fanáticos.
Para ellos, la fidelidad es mejor que la razón o el sentido común, y quien no cede todo no merece portar las insignias de la Cuarta Transformación.
La pregunta que queda en el aire es: ¿Podrá Sheinbaum romper con el molde de la sumisión, o terminará complaciendo al fanatismo de López Obrador?
¿Estamos frente a un Maximato heredado a Andrés Manuel Beltrán, donde las instrucciones llegarán desde (CEN DE MORENA) en los próximos seis años?
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