Las promesas de paz y justicia, que alguna vez fueron el estandarte del actual gobierno, hoy parecen diluirse entre la creciente inseguridad, el derecho de piso y la corrupción. Seis años después, las mismas ollas donde se cocinaba el "atole con el dedo" han reventado, y el resultado es más amargo de lo esperado.
La reciente declaración del comandante Francisco de Jesús Leana es un golpe directo a la poca esperanza que quedaba:
"La paz en Sinaloa dependerá de cuando los narcos se pongan de acuerdo". Así de claro, así de devastador.
¿En qué momento pasamos de confiar en las instituciones a depender de los capos para que las balas dejen de volar?
Como si fuera poco, Rosa Isela Guzmán, hija no reconocida de "El Chapo", nos recuerda quién manda de verdad.
Su mensaje público como arte de magia aparece solicitando a sus hermanastros, "Los Chapitos", que lleven la violencia fuera de Culiacán es más que un llamado a la paz: es una declaración de control.
Y mientras los ciudadanos viven con miedo, el presidente López Obrador minimiza la situación. Según él, la violencia en Sinaloa es simple "propaganda conservadora", una campaña para desprestigiarlo a él y a su gobierno. Pero, claro, ¿qué mejor manera de apagar el incendio que culpando a los medios? Es más fácil tapar la tragedia con un discurso que reconocer la realidad que viven millones de mexicanos, no solo en Sinaloa, sino en Durango, Chiapas, Baja California y Quintana Roo.
Claudia Sheinbaum, próxima a tomar el timón, aprovecha el momento para dibujar su propia estrategia de seguridad. Pero, ¿de qué estrategia hablamos cuando el general encargado del Estado se lava las manos, diciendo que el fin de la violencia no depende del ejército? Parece que la seguridad del país es un juego de poder donde los militares obedecen, siempre y cuando no incomoden, a los verdaderos dueños del control territorial.
Y en medio de este caos, la carta de Genaro García Luna llega como una bomba más en esta larga guerra. Desde su celda, el exsecretario de seguridad afirma que altos funcionarios del actual gobierno están vinculados al crimen organizado.
¿Acaso la corrupción está tan arraigada que el narco y el Estado son dos caras de la misma moneda?
El pueblo mexicano sigue esperando respuestas, mientras los actores principales juegan al desgaste entre la impunidad y la propaganda. Y nosotros nos preguntamos:
¿cómo recuperar la paz si el futuro del país parece estar en manos de quienes controlan las balas y los acuerdos clandestinos?
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