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Mujeres, historia, roles y derechos.

Estela Roselló Soberón



Parece increíble pensar que han pasado ya dos años desde aquel 8 de marzo en que miles de mujeres de la ciudad de México salimos a las calles a exigir un alto a la muerte, a la desigualdad, la explotación doméstica, los abusos y el machismo cotidiano que, a pesar de los cambios culturales y los avances que hemos vivido en materia de derechos humanos y equidad, han perdurado en nuestro país y en el mundo a lo largo del tiempo. Al grito de “Ni una más”, la emoción femenina se pintó de morado, en medio de jacarandas citadinas que parecían solidarizarse con nosotras al vernos pasar, unidas y emocionadas, convencidas de que, recordando a Benedetti, juntas, en la calle, éramos muchas más que dos.

Lo que vino semanas después nadie lo pudo haber imaginado entonces. La pandemia de Covid 19 sumergió a la humanidad en una de las etapas históricas más inciertas y movilizadoras de los tiempos modernos. Los problemas ya graves que enfrentábamos como especie y como entes sociales se incrementaron aún más o se revelaron ante nosotros de manera más cruda y contundente. Es difícil no aceptar que el mundo en que vivimos es testigo de un fin de era que dejará atrás muchas de nuestras formas de vincularnos, muchas de nuestras identidades conocidas y tradicionales, de nuestras antiguas sensibilidades, formas de comprender la autoridad y eso que hemos llamado productividad, así como de nuestras maneras de articular los intercambios cotidianos y orientar nuestras coordenadas existenciales: ésas que durante al menos un siglo nos habían permitido ordenar y dar sentido a la vida. En realidad, es triste reconocerlo, pero no sabemos en qué medida, los seres humanos sabremos aprovechar las lecciones de la pandemia; y si bien es lo absolutamente deseable, tampoco sabemos con certeza si seremos capaces de imaginar otras formas de relacionarnos y de cuidar el medio ambiente, de cuidarnos a nosotros mismos y a los que nos rodean, para intentar construir un nuevo orden en el que sean posibles la paz y el bienestar para todas y todos.

Lo que es un hecho, sin duda, es que estos dos años nos han cimbrado de una manera sin precedentes. El encuentro cotidiano y constante con la enfermedad, el dolor, el miedo y la muerte han generado nuevas realidades que nos recuerdan, a cada instante, que el mundo no volverá a ser, al menos no exactamente, como lo fue antes de 2019.

Para las mujeres del siglo XXI, la pandemia significó nuevos retos, nuevas preguntas y también, el fortalecimiento de una nueva conciencia sobre la necesidad de construir relaciones más equitativas, sobre lo inadmisible de todo tipo violencia de género, abuso o mal trato físico, emocional o mental hacia las mujeres. En efecto, durante estos dos años, los feminismos de todo el mundo han hecho escuchar su voz con más fuerza para exigir la erradicación de las injusticias generadas por la desigualdad económica, política y social entre hombres y mujeres, pero también, de los crímenes y atropellos solapados por la indiferencia o minimización de realidades y situaciones absolutamente condenables que en muchas partes del mundo, incluido nuestro país, se normalizan, se aceptan, se niegan o se callan en un silencio cómplice e imperdonable. Para muchas de nosotras, estos dos años han sido, entre muchas otras cosas, un período de pausa e introspección; un momento para hacer un alto y revisar en dónde estamos y dónde queremos recolocarnos como mujeres del siglo XXI. También, hemos visto con mucha furia y tristeza, pero también, con empatía y sororidad, las realidades de dolor y dificultad extrema que en estos tiempos convulsos han vuelto a evidenciar la gran capacidad femenina para salir adelante ante prácticamente cualquier crisis y circunstancia difícil de la vida. Quisiera aprovechar los siguientes minutos para recordar en nuestra mesa de discusión algunas de las realidades femeninas actuales más graves y preocupantes para la humanidad. La información proviene de diarios y agencias noticiosas internacionales como El País, el Washington Post, la BBC o CNN, de páginas oficiales de organismos internacionales como la UNESCO, ACNUR, la ONU, y de páginas de organizaciones civiles preocupadas por la construcción de paz, el medio ambiente y la equidad de género. Foto: Estela Roselló del Instituto de Investigaciones Històricas

Mucho se ha hablado de cómo entre 2019 y 2022, la pandemia incrementó las desigualdades entre hombres y mujeres en todas las regiones del mundo, esto sobre todo, ante la exigencia social, económica y cultural de que estas últimas asumieran más responsabilidades y roles de cuidado y de trabajo doméstico que histórica y tradicionalmente se han asociado con la dimensión de lo femenino. De acuerdo con lo anterior, se sabe que durante estos últimos años, las mujeres han realizado tres veces más actividades de trabajo no remunerado que los hombres. Las desigualdades de género también se han expresado en otras realidades que afectan de manera grave a niñas y mujeres de todo el planeta. Así, por ejemplo, se sabe que frente a la preocupante 4 situación de la deserción escolar en todo el mundo, veinte millones de niñas no regresarán a las aulas, pues éstas tendrán que integrarse al mundo laboral o quedarse en sus casas como cuidadoras de sus hermanos, sobrinos, padres o abuelos.

Atrapadas en sus hogares, la violencia contra las mujeres y contra los niños que están a su cargo se ha incrementado exorbitantemente; tan solo en 2020 esta realidad vergonzosa aumentó a 243 millones de mujeres que en todo el mundo sufrieron violencia doméstica y sexual. Por otro lado, vale la pena volver a recordar cómo ante las nuevas circunstancias de confinamiento, muchas mujeres profesionistas y amas de casa tuvieron que asumir las funciones de cuidado familiar y de maestras de sus hijos, así como se vieron en la necesidad de invertir más tiempo en cocinar, lavar, limpiar o planchar, mientras tenían que seguir cumpliendo con sus actividades profesionales en línea. De esta manera, el agotamiento extremo, la ansiedad y la depresión se convirtieron en realidades femeninas cada vez más cotidianas a partir de la pandemia de estos últimos dos años. En ese sentido, por ejemplo, la revista The Lancet señala que en el año 2020, hubo 53 millones más casos de mujeres deprimidas y 76 millones más de mujeres con trastornos de ansiedad que en el pasado. No podemos dejar pasar que las enfermedades mentales femeninas serán secuelas serias que habrá que atender social y políticamente en el proceso de reconstrucción y sanación que tendremos que emprender tras estos años de enfermedad y dolor global.

Pero si las realidades de la pandemia del COVID 19 han evidenciado cómo en momentos de crisis, las mujeres han tenido que sacar fuerza y energía no sólo para asegurar su propia súper vivencia, sino también, la de sus familias, el cambio climático y la 5 devastación del medio ambiente también incrementan los retos y las realidades de desigualdad y riesgo para muchas mujeres en todo el mundo. A decir de la UNICEF, más de dos billones de personas no cuentan con agua potable en su casa, por lo que es necesario caminar al menos media hora al día para conseguirla. También durante siglos, las encargadas de cumplir con esta tarea han sido, sobre todo, las niñas y las mujeres de las comunidades más pobres del planeta.

La crisis del agua es cada día más preocupante en muchas regiones del mundo y, tal como señalan muchos expertos, se trata de una situación que afecta a las mujeres de manera muy personal y específica. De acuerdo con varias investigaciones, si se cuentan las horas que las mujeres del mundo dedican a buscar agua para sus comunidades al día, se pueden sumar doscientos millones de horas diarias. Efectivamente, a lo largo del tiempo, y en muchas regiones del mundo, los roles de género tradicionales han asociado la posibilidad de dar continuidad a la vida con los cuidados femeninos. En prácticamente todas las culturas y todas las latitudes del planeta, las mujeres se han vinculado con el principio de la fertilidad, la salud y la nutrición. Como es fácil advertir, estos tres principios están estrechamente vinculados con el agua por lo que no es de extrañar que culturalmente siempre se haya responsabilizado a las mujeres de conseguir el líquido vital.

Responsables del cuidado de la vida, de sus familias y de sus comunidades, muchas niñas y mujeres de África y América Latina se ven obligadas a hacer largas filas en los pozos, a caminar durante horas hacia los manantiales y ríos más cercanos, a dormir poco para levantarse temprano y poder acceder al agua en los momentos del día menos peligrosos para ellas. Sin agua limpia, las mujeres no pueden parir, no pueden lavarse 6 diariamente, ni pueden mantener la higiene necesaria durante los días de su menstruación. Tampoco pueden cocinar sin riesgo de que sus hijos enfermen de diarreas o disenterías mortales.

Pero llevar el agua a sus casas y a sus comunidades implica invertir muchas horas en ello y quitar tiempo para realizar otras actividades económicas, para estudiar o incluso para descansar. Por otro lado, las mujeres y niñas cargadoras de agua sufren de problemas en el cuello y la espalda, al estar expuestas todos los días a llevar mucho peso sobre la cabeza o los hombros. Lamentablemente, estamos muy lejos de que esta realidad sea historia del pasado. La ONU ha advertido que si no detenemos los problemas del cambio climático, en diez años 1.8 billones de personas en el mundo vivirán afectadas por la crisis del agua. Bajo esta triste perspectiva, ningún esfuerzo será suficiente para mantener la continuidad de la vida, ni siquiera el de las mujeres que, durante siglos, han invertido su tiempo, su cuidado, su atención y su esfuerzo físico a intentar lograrlo. Por ello es fundamental que los gobiernos y las sociedades contemporáneas hagan conciencia de esta realidad femenina para implementar programas y políticas públicas que permitan dar esperanza no solo a las mujeres especialmente afectadas por esta situación, sino a la humanidad en su conjunto.

Por último, no puedo evitar hacer una mención de la trágica realidad mundial que estas últimas semanas ha incrementado los sentimientos de tristeza y desesperanza tan propios de nuestro tiempo. Más allá del dolor y la desolación que genera ver morir y sufrir a cualquier ser humano, independientemente de su género, nacionalidad, religión o color de piel, la guerra entre Rusia y Ukrania nos hace pensar en las realidades que las 7 mujeres de esa región del mundo, no solo las ukranianas, sino también las rusas, tienen y tendrán que enfrentar en estos días y en los próximos semanas, meses y años.

Porque a pesar de que históricamente, los estereotipos de género de muchas culturas han colocado a la guerra en la dimensión de lo masculino, lo cierto es que a lo largo de la historia, en todo conflicto armado, las mujeres siempre han estado allí, ya fuera combatiendo en las primeras líneas de los frentes, ya fuera como cargadoras de armas, cocineras, enfermeras, ayudantes en los campamentos o amantes de los combatientes.

Las imágenes que circulan cada día en los medios de comunicación global nos dejan ver a mujeres ukranianas llenas de dolor y de miedo, pero también de valentía y de fuerza. Se trata de mujeres que han sido obligadas a dejar todo lo que era suyo: sus casas, sus tierras y sus hombres, en aras de salvar la vida de sus hijos, sus madres, sus hermanas y amigas. Hemos visto abuelas cargando nietas y nietos sobre la nieve, madres solteras que manejan sus autos cantando para calmar a sus niños, amigas encargadas de llevar a los refugios a las madres adultas mayores de otras mujeres que han decidido quedarse en su país para tomar las armas y luchar al lado de los hombres para defenderse del enemigo invasor.

Al mismo tiempo, si bien los medios de comunicación no nos han mostrado tantas imágenes de ellas, no podemos olvidar a las madres, hermanas, esposas, amigas e hijas rusas que sin duda, también sienten miedo y dolor por la muerte y la destrucción que las rodea y acecha en su vida cotidiana. Hemos escuchado testimonios de mujeres que recuerdan cómo para muchas de ellas, los ukranianos son sus primos o sus abuelos. 8 Mujeres que amamantan, y que no han podido salir a marchar en Moscú para protestar contra la guerra por temer ser arrestadas y correr el riesgo de dejar a sus recién nacidos sin leche.

Durante la última década, muchas adolescentes y jóvenes ukranianas se han entrenado para alistarse en las primeras líneas del ejército, desafiando los prejuicios de género que las consideraban débiles o inferiores a los soldados hombres. Al mismo tiempo, muchas otras, víctimas de la pobreza de su país, han tenido que alquilar sus vientres, pues no nos olvidemos de que hoy, Ukrania ocupa el primer lugar en la lista de agencias de vientres subrogados en el mundo. El comercio de mujeres que se ofrecen en catálogos para conseguir esposas en Europa, el tráfico, la trata y la explotación sexual femeninas son realidades que afectan a muchas mujeres ukranianas y que con la crisis de la guerra pueden volverse aún más comunes y cotidianas.

Tristemente, la trágica guerra de estas últimas semanas parece haber dejado en el olvido a otras mujeres del mundo que también viven en guerra y en situaciones de violencia y peligro extremo. Basta con recordar a las miles de mujeres afganas que hace unos meses llamaron nuestra atención y empatía y que hoy ya no parecen ser foco de atención para los medios globales de comunicación, pero que ahí están, también resistiendo todavía. Nadie niega la magnitud de la tragedia de la guerra en Europa, nadie minimiza el horror de la destrucción y el sufrimiento de los millones de hombres y mujeres involucrados, una vez más de manera inocente, en este nuevo episodio de sin razón humana. Al mismo tiempo, no podemos olvidarnos de las muchas otras guerras y matanzas diarias que afectan a otras mujeres en otras regiones del mundo.

Un último dato: de acuerdo con la ONU, el conflicto armado en Ukrania puede originar la peor crisis humanitaria y de refugiados en Europa de este siglo. Evidentemente, esta nueva ola de desplazamientos forzosos volverá a generar nuevas responsabilidades extenuantes para miles de mujeres que tendrán que contener y resolver muchas de las situaciones extremas propias de la vida en cualquier campamento o refugio para desplazados y migrantes.

Hoy es 8 de marzo una vez más; y como cada año, es triste e indignante reconocer que muchas mujeres de todo el mundo siguen viviendo en condiciones de pobreza extrema, son víctimas de explotación, padecen de estrés y depresión y sufren la precariedad material, los abusos cotidianos, el cansancio y la violencia de un mundo aún inequitativo y en muchos sentidos, injusto. Sin embargo, este 8 de marzo las mujeres del mundo, los hombres que han aprendido a ver y reconocer nuestro valor, las personas sexo disidentes que también libran sus propias batallas podemos unirnos, podemos hacer una revisión de todas aquellas situaciones que no podemos seguir tolerando ya para sumar fuerzas y desde nuestra posibilidad, hacer lo que nos toca para buscar nuevas rutas que permitan construir un mundo distinto, un mundo libre de violencia, de machismo, de estereotipos, de exclusiones dicotómicas de ningún tipo. Un mundo en donde las personas nos reconozcamos en nuestro valor de personas, un mundo donde prive el respeto a la diversidad, pero donde todos y todas podamos reconocer que somos exactamente iguales en tanto seres humanos únicos, irrepetibles, responsables todos de cuidar, pero también, dignos y merecedores de ser cuidados. Un mundo, en fin, incluyente, en el que, desde nuestras diferencias y nuestras coincidencias, podamos vernos, reconocernos y encontrar un lugar digno que nos permita caber y coexistir a todos.

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